Entonces el noble Sigmar dejó aparte su corona.
Mi barba es larga, y la paz reina en la tierra
los dioses me llaman para que esté presente en su gran sala.
Es la hora de designar al más grande de todos vosotros,
mis jefes, que reinará después de mí.
Y este martillo que sostengo,
volverá al lugar en el que fue forjado;
a la segura custodia de los enanos
en la sala del rey Kurgan, que puede,
en tiempos de necesidad, dárselo al que sea merecedor de él.
Ahora, tomaré este camino solo,
hasta Karaz de los enanos.
Y así lo hizo el poderoso Sigmar,
guerrero entre los guerreros,
sabio entre los sabios.
Así entró en la leyenda,
pues no será visto hasta su regreso
blandiendo su martillo
para traer la victoria a la humanidad
como vaticinará el signo del dragón celestial de dos colas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario