domingo, 24 de febrero de 2013

Relatos Roleros: Mycahela Hynn

¡Hola a todos!
 Con este relato de hoy comenzamos una serie de relatos que iremos escribiendo. Algunos, como el de hoy, estarán inspirados o basados totalmente en nuestras partidas de rol favortias, otros, en esa serie o libro que tanto nos gusta... o simplemente en nuestra imaginación. 
Así que ya sabéis, si queréis compartir con nosotros ese relato que tanto os gusta, sólo tenéis que enviarlo a la dirección de la asociación, con una breve descripción de los personajes para que los lectores sepamos de qué va el asunto... ¡Ánimo a todos! Que sabemos de buena tinta que hay varios escritores escondidos por ahí... 

         Mycahela Hynn es una joven de dieciocho años, aspirante a convertirse en maga. Vive en un territorio dominado por una magocracia, Qiyat, dentro del mundo de Shin-Sekai. Se trata de un curioso mundo donde hay siete grandes territorios: el territorio Qiyat, siempre en guerra con el Imperio Grifo, gobernado y vigilado por ángeles; el territorio de los pacíficos y extraños elfos; el de los enanos, el desaparecido pero misterioro reino Locru, el árido reino de Tagavorut y el ancestral Imperio Wuan-Wuo. Todos se encuentran separados por el océano y unidos por la gran ciudad de Chusin-Toshay, repleta de canales y uno de los centros de enseñanza de magia más reconocidos del mundo.
        Así, la historia de Mycahela comienza en Breteri, ciudad del territorio Qiyat, con un gran sueño: convertirse en maga... sin embargo, a día de hoy, muchas cosas han pasado en su vida: amigos, enemigos, aventuras y desventuras, que la han llevado a combatir el mal directamente, procurando salvar su vida, y posiblemente, salvar el destino del mundo. 
        He de decir que jugar con esta clase (Mago erudito) es una de las cosas más divertidas que he hecho: hay que memorizar palabras y hacer los gestos, y se dan situaciones divertidas cuando la memoria te juega una mala pasada... y ves la vida peligrar. Ahí va el relato: es la primera partida con Mycahela... así empezó todo: 
 



Probablemente este sea uno de los días más importantes de mi vida. O al menos, eso pienso mientras me dirijo hacia la Academia de magia de Breteri, donde  espero superar las pruebas de acceso e ingresar en ella.  

He salido demasiado pronto de casa, por culpa de los nervios, y ahora sé que ha sido un error. Repasaré  una y otra vez los hechizos mientras el nudo del estómago irá haciéndose cada vez más grande... Me llevo la mano a la bolsa que siempre me acompaña y donde guardo mi libro de hechizos, cerciorándome de que sigue en su lugar. La mayoría de hechizos que he aprendido son sencillos y cotidianos, especialmente útiles para ayudar a mi padre en su taller… pero aún así, puede que se olviden y que las palabras y los gestos no se recuerden con precisión, por lo que los magos siempre suelen llevar sus libros con ellos. Excepto en los exámenes de las academias, donde está prohibido utilizar los libros y un mago sólo tiene su memoria para hacerse valer.  
            Una ráfaga de viento helado hace que me recoja la capa sobre las manos, encogiéndome por el frío. Bajo la capucha siento el revoloteo de Orianna, que se desliza entre mi pelo y los pliegues de la capa.
-Basta, pareces tú más nerviosa que yo… -le digo, aunque sé que es difícil que me entienda.
Orianna se asoma, mirándome con su rostro metálico. Se trata de un pequeño autómata mecánico con forma femenina. Siempre me ha recordado a un hada, con alitas y faldita hechas de cobre verdoso y vidrio esmaltado, demasiado difícil de hacer para mí… pero no para mi madre. Ella diseñó a Orianna, igual que hacía con casi todos los juguetes y autómatas que se vendían o arreglaban en el taller de mis padres… sin embargo, el hechizo que permite que los gólems y los autómatas se muevan o sepan cuál es su función, es demasiado difícil, así que mis padres pagaron a un mago para que dotara de cierta consciencia a Orianna. Fue un regalo de cumpleaños muy especial, y desde entonces es una parte de mí, y el único recuerdo que conservo de mi madre.
            Sé que estaría orgullosa si hoy pudiera verme ante la academia de Breteri, decidida a convertirme en una maga, a aprender todos esos hechizos que a mi padre le cuestan tan caros, para poder ayudarle y que el taller, algún día, se convierta en uno de los más admirados de todo Qiyat.
            Con ese pensamiento en mente, entro en la academia. Dentro, el ambiente es algo oscuro y cargado, quizás por la cantidad de aspirantes que durante todo el día han ido pasando por estos pasillos, o quizás porque yo misma estoy más nerviosa de lo que quiero admitir. Con las manos frías y el corazón desbocado, me busco entre la lista de inscritos a las pruebas y compruebo que todavía sigo ahí.
            Me retiro la capa, sacudiendo los copos de nieve que se han ido acumulando en ella. Conforme avanzo hacia el aula donde se realizan las pruebas, observo que los pasillos se iluminan con unas curiosas lámparas mágicas, activadas mediante runas. Orianna revolotea entre ellas, lanzando sombras alargadas y deformadas de sí misma en las paredes, mientras, intento averiguar qué runas se han escrito, pero pronto descubro que es demasiado para mí, así que decido sentarme en uno de los bancos de madera, a la espera de que me llamen.
            Tan sólo hay dos personas más: una mujer de rostro amable, sentada a mi lado, y un chico serio y bastante guapo, que me observa durante unos segundos. Pronto, Orianna llama irremediablemente la atención de ambos al no estar quieta, moviéndose por la habitación. Con descaro, se acerca a la mujer que está sentada a mi lado, tocándole el pelo unos instantes.
-Orianna, no… -le llamo. La autómata enseguida reconoce que eso no debe hacerlo y vuelve al bolsillo de la capa- Lo siento –me disculpo, con una sonrisa nerviosa- Es que es muy inquieta y a veces es difícil frenarla…
Por suerte, la mujer parece aliviada por poder mantener una conversación, así que me devuelve la sonrisa.
-Es un autómata encantador, y muy bonito –dice. No puedo evitar ver que no para de retorcer las manos, nerviosa.
-¿Es la primera vez que se presenta? –pregunto. No es extraño que uno logre entrar en la academia al tercer o cuarto intento. La mujer niega con la cabeza.
-No… es mi quinta vez –admite, bajando un poco la mirada.
            Durante unos segundos, me siento mal por haberme interesado. Ahora seguro que está más nerviosa que antes.
-Verá como esta vez es la buena –le digo, esperando animarle.
            En ese momento, las puertas de madera se abren. Los tres miramos, expectantes. Un chico sale del aula y cruza la habitación sin decir nada, al tiempo que desde dentro se escucha una voz femenina:
-Cami Lean –llaman. La mujer, a mi lado, se tensa unos instantes y luego se levanta. Está pálida y creo que, por su rostro, ha olvidado todos los hechizos que había aprendido.
            Intento sonreírle un poco, pero en mi pecho hay una mezcla de alivio y nervios que hace difícil poder desear suerte a cualquiera menos a mí misma. En cuanto la puerta se cierra, el silencio cae en la habitación como si fuera plomo.
            El chico vuelve a mirarme y eso me pone nerviosa. Además conforme más lo miro, más guapo me parece, así que dejo de mirarle descaradamente y saco el libro de hechizos, dispuesta a repasar un poco.
-¿Seguro que eso no te pone más nerviosa? –pregunta de golpe el chico. Él parece tranquilo y relajado, como si estuviera seguro de que va a pasar las pruebas sin más.
-Es que… es la primera vez, y no quiero fallar… -respondo, aunque guardo el libro. En el fondo sé que tiene razón. Estudiar más sólo hará que me confunda con las palabras… y eso en mitad de un hechizo puede tener graves y desagradables consecuencias.
-También es mi primera vez –admite él.
            Qué seguridad debe tener en sí mismo, pienso. Sin embargo, también me llama la atención su acento… además, es extraño encontrar en Qiyyat un pelo y unos ojos tan oscuros como los suyos, opuestos al pelo y ojos claros tan típicos de nuestro territorio.  
-No eres de aquí, ¿no? –pregunto, aunque al instante me arrepiento, quizás estoy siendo muy entrometida- Disculpa…
-No pasa nada, tranquila –responde, con la sombra de una sonrisa en los labios- Me llamo Ventris, y no, no soy de por aquí.
-Yo soy Mycahela, pero casi todo el mundo me llama Myca simplemente… -añado, encogiéndome de hombros.
-Encantado entonces, Myca –sé que estoy colorada en cuanto veo cómo me mira Ventris. Pronto noto el calor en el rostro además.
-Yo… yo vivo cerca –balbuceo. Estoy siendo como una cría, pienso, como si no tuviera bastante con estar nerviosa por el examen, ahora además hablar con Ventris está haciendo que lo esté todavía más, aunque de una agradable manera.
            Antes de que ninguno de los dos diga nada más, las puertas que antes se cerraron se abren. Cami sale con el rostro tenso, aunque se va relajando conforme se aleja del aula. Ha durado muy poco… la mujer cruza una rápida mirada conmigo, aunque creo que está deseando salir del edificio cuanto antes.
-Mycahela Hynn –Durante unos segundos estoy segura que el corazón deja de latirme al escuchar mi nombre.
            Creo que tanto Cami como Ventris me desean suerte o me animan, pero sólo sé que las puertas se cierran detrás de mí. Hace frío en esta otra aula y las manos me tiemblan ligeramente. Al final de la sala plagada de sillas y bancos de madera, hay una mujer sentada con un libro ante ella y una pluma en la mano. Me ve y sin decir palabra señala la tarima elevada ante ella.
-Adelante, señorita Hynn, comience  a demostrarme por qué debería ser admitida en esta academia.
            No sé cómo he llegado hasta la tarima, pero de golpe estoy ante ella y la sala parece agrandarse y yo hacerme pequeña. No esperaba un examen abierto, creía que me pediría demostrarle hechizos concretos… mi mente se queda en blanco. No he preparado nada y me siento inmensamente estúpida. Tendría que haberlo hecho y no estudiar tanto… La mujer carraspea, nerviosa, y comienza a anotar algo en su libro.
            Tomo aire. Tengo que afrontarlo e improvisar. No es tan difícil… Sé muchos hechizos, que he aprendido por mí misma y en el día a día, aunque no creo que a esta señora le haga gracia que simplemente le limpie mágicamente los zapatos como prueba de mi valor como maga… No, debe ser algo más espectacular… Si la profesora o lo que sea esta mujer se dejara hacer, podría usar sobre ella algunos hechizos… la miro, pero creo que no se ofrecerá como voluntaria, así que tengo que buscar rápidamente otras opciones.
            Con una repentina idea en mente, bajo de la tarima rápidamente y cojo una de las sillas que hay amontonadas. La coloco delante de mí y me concentro. Relajo los dedos y coordino mi voz y mis manos. Al tiempo que hablo, alzo la mano y señalo la silla.
-¡Fatuus! –exclamo, con toda la seguridad de la que soy capaz.
            La silla se ve sacudida por la magia y se tambalea. Miro nerviosa a la maga que me examina. En estos momentos arquea las cejas en un claro gesto de desaprobación…  Este hechizo atonta a la gente… con una silla debería hacer algo más que tambalearla, algo más impresionante. Quizás debería atreverme con un hechizo más potente, sin remilgos. Alzo los brazos, concentrándome y deseando tener buena puntería… Cruzo los brazos ante mi pecho, al tiempo que, con más ganas y energía, digo el hechizo:
-¡Trabes sagita!
Un rayo plateado surge ante mí y fluye en apenas un parpadeo hacia la silla… bueno, debería haberle acertado de pleno, pero se ha desviado ligeramente.  La silla ha perdido una pata, y el suelo está carbonizado allí donde ha impactado el rayo, peligrosamente cerca de la examinadora.  
-Intente no destrozar más mobiliario de la academia ni poner en peligro mi vida,  y demuéstreme algo mejor – dice, con voz seca, mientras apunta algo más en el libro, con cierta furia.
            Trago saliva. Haré uno de los hechizos más difíciles que conozco: disfrazarme con magia. Relajo los hombros, me concentro en un animal y paso mi mano extendida ante mis ojos cerrados y el resto de mi rostro.
-Mutare ego –pronuncio las palabras claramente, sintiendo cómo la magia se arremolina a mí alrededor y fluye desde la cabeza a los pies.
Sé que ha salido bien por la forma en que la mujer me mira, entre estupefacta y ofendida casi… aunque esto último no llego a entenderlo, si el hechizo ha salido a la perfección. Sendas orejas de gato surgen de entre mi pelo rubio, así como algunos bigotes de gato de mis mejillas y una cola al final de la espalda. Para completar, he sido capaz incluso de exhibir unos guantes con garritas de gato. Creo que es perfecto, y muy original.
-No sé realmente si se ha tomado en serio esto… pero ya es suficiente. En tres días estarán colgadas las listas de admitidos y los no admitidos.
            Por su mirada, creo que estaré en los no admitidos. Disipo el hechizo del disfraz y bajo de la tarima, con una angustiosa sensación en el pecho. Orianna surge de algún lugar entre la capa, intentando jugar con mi pelo,  pero no tengo ganas. No estaba preparada, estoy segura. Ha sido un completo desastre, a pesar de que los hechizos funcionaran, no eran nada espectaculares, tal y como pedían.
            Tras las  puertas, sólo Ventris espera. Pasa por mi lado incluso antes de que la mujer le llame.
            De nuevo, las puertas se cierran y el silencio cae. Me quedo sentada en uno de los bancos. He fallado… he malgastado el dinero que cuesta la inscripción, y nuestro taller no está para ir tirando el dinero como acabo de hacer yo… Orianna nota que no tengo ganas de juegos y estira de mis dedos, pidiendo atenciones.
-Vámonos a casa, ¿Vale? –le digo, levantándome.
            Por unos instantes pienso en esperar a Ventris, pero es una idea que deshecho al instante. ¿Para qué iba a querer que una maga mediocre como yo le esperase? Tonterías, me digo, y salgo de la academia agradeciendo incluso la brisa helada y cortante, que contrasta con el ambiente cargado del interior del edificio.
            Recorro las calles que separan la academia de mi casa pensado únicamente qué podría haber hecho para impresionar más a la maga… ahora, para mi desgracia, se me ocurren varias combinaciones de hechizos bastante buenas, pero ya es tarde para eso… tendré que esperar un año más, hasta la próxima apertura del curso.
En casa, encuentro a mi padre todavía trabajando en el taller. Es casi la hora de cerrar, pero él todavía está limpiando algunas planchas de metal sobre las que trabajará mañana.
-Mycahela… ¿Cómo te ha ido? –sabe que no ha ido bien, no hace falta que diga nada.- Seguro que ha ido mejor de lo que piensas, siempre te ocurre. –añade al instante, sin dejarme hablar.
-De verdad ha ido muy mal, papá –respondo, dejando la capa a un lado. Sin querer, arrastro con la capa varios recipientes llenos de aceites para engrasar, que caen al suelo y se desparraman, salpicándome a mí y a todo alrededor.
            Esto es lo que mejor sé hacer: tirar y romper cosas, caerme y tropezar… uno de los motivos por los que apenas trabajo en el taller con los materiales más caros y frágiles. Atiendo a los clientes, enseño los catálogos o limpio y ordeno las cosas, a veces puede que monte las piezas más grandes y toscas de un autómata, pero poco más…
 Maldigo por lo bajo mi mala suerte mientras recojo la capa del suelo.
-No te preocupes, sube a casa… ya lo limpio yo –mi padre se acerca, dispuesto a terminar él.
-No, no pasa nada… -alzo la mano, extendiéndola y moviéndola como si quisiera abarcar todo el desastre con un gesto mientras pronuncio un sencillo hechizo de limpieza:- Mundare.
            Al menos este hechizo es útil: tras insistir dos o tres veces más, el aceite sucio ha desaparecido y tanto mi ropa como el suelo vuelven a estar limpios.
-Reparare –digo, mientras muevo las manos. Los recipientes que se habían hecho añicos están como nuevos.
-Serás una gran maga, ya lo verás –mi padre me tiende la capa. Orianna revolotea a su alrededor sin vergüenza alguna, como si quisiera corroborar las palabras de mi padre. Levanto la mirada, escéptica.
-No me admitirán –declaro, cogiendo la capa que me tiende.
-Sí, verás cómo sí… y de todas formas, ahora no hay nada que hacer, salvo cenar, dormir, y seguir tu vida mientras tanto…
            Suspiro, intentando ser amable. Él no tiene culpa de lo que ha pasado esta tarde… bastante duro tiene que ser trabajar y educar a una hija él solo, para que encima esa hija sólo refunfuñe con dieciocho años cumplidos, así que le sigo mientras subimos a casa, que ocupa la primera planta sobre el taller, siendo la única vivienda, pequeña y modesta, pero suficiente para los dos.
 




5 comentarios:

Elis dijo...

Está genial!!! Me he quedado con ganas de ver si admiten a Myca y si volverá a encontrarse con Ventris (seguro que sí, ¿VERDAD?)
Me ha gustado mucho también Orianna, de hecho, se a formado una idea de ella en mi cabeza que me atrae bastante xD

Shanaide dijo...

Me alegro muchísimo de que te haya gustado^^ Orianna me encanta! Molaría mucho tener a esa cosita revoloteando todo el día por ahí...Jeje... y Ventris... Ventris es un personaje muuy genial.. ;) sigo escribiendo, así que si estás interesada te lo puedo pasar en cómodos plazos de capítulos sin compromiso..jajaja ;)

Elis dijo...

Sí! Orianna es genial!!
¿Cuánto llevas escrito? Sí, si, ve pasándomelo poco a poco! =) o bueno si lo tenías pensado colgar entero por aquí, lo leo por aquí.

Shanaide dijo...

Mejor te lo voy pasando, que esto se va a alargar mucho y necesitaría un blog aparte... que espanto me dio ver tanta letra escrita mía ocupando tooooda la entrada cuando se publicó... jajaja.. no es cuestión de espantar al personal

Elis dijo...

jajajajja vale!! Ya me la irás pasando entonces en cómodos plazos xD